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ESCALAR LA DESESCALADA. Una nueva etapa de adaptación emocional y psicológica.

Quizá hace semanas que sueñas con el momento de volver a trabajar, ver a los amigos y tomar una cerveza. Quizás has deseado durante semanas salir a la calle sólo “porqué sí”, sin comprar, sin tirar la basura, sin sacar al perro. Quizás pensabas que, llegado el momento, recuperarías tu estado de ánimo de antes, tus ilusiones, la misma energía.

Y quizá por eso ahora te sorprende encontrarte todavía más estresado/a, más desanimado/a o con más ansiedad que cuando estabas encerrado/a en casa viendo la película a través de la ventana. Es posible incluso que no tengas ni ganas de salir. Este es un sentimiento generalizado y está bien verbalizarlo y darle un sentido.

¿Por qué, esta fase 1, nos está costando más de lo que imaginábamos?

En primer lugar, la “nueva normalidad” no es muy normal. Hay que redefinir la actividad laboral (¡el que la tiene!), buscar clientes, adaptarse en las nuevas condiciones, gestionarlo todo con una conciliación familiar imposible y la incertidumbre de la propia supervivencia del puesto de trabajo. La idea de “volver al trabajo” es una gran incógnita.

Además, es la segunda vez en dos meses que nos afrontamos a un proceso de adaptación. La organización familiar, el establecimiento de rutinas personales, fijar nuevos horarios, etc., suponen un aumento del estrés. Tenemos que volver a aprender a funcionar diferente, a convivir con el virus, abocados a una nueva realidad con condiciones diferentes.

Por otro lado, a pesar de que añorábamos las relaciones sociales, éstas suelen ser fuente de conflicto y estrés. Las relaciones personales pueden generarnos malestar, expectativas, frustración, desilusiones, necesidad de esfuerzo personal, sufrimiento y desgaste de energía.

A esto se añade una sombra que planea sobre nuestro, como un murciélago gigante (perdón), de un posible rebrote del virus y un nuevo confinamiento. Esta idea nos puede generar un miedo soterrado (a menudo no reconocido, con un juicio constante de lo que hacen nuestros vecinos), rabia, angustia e incluso cierta desidia a la hora de tomar decisiones y afrontar el nuevo escenario.

Tal vez todo esto que sentimos sea “normal” (entendiendo “normal” como algo habitual y compartido con otras personas que sufren la misma situación) pero… ¿qué podemos hacer con todo esto?

En primer lugar, darnos permiso para sentirlo. Parece que ahora tendríamos que estar contentos de salir a la calle y lograr una dosis extra de libertad. Y en efecto, es posible que estemos contentos. Pero esta emoción convive con como el miedo a lo qué pasará, la impotencia de la situación, la rabia, la pereza, la envidia, la melancolía o la frustración, por ejemplo. Por eso, está bien dar un lugar a todo el que sentimos.

En segundo lugar, no exigirnos demasiado. Cuando a mi hija de tres años le propongo ir a la calle me dice: “ahora no puedo, tengo que jugar”. Para algunos niños es un factor estresante, y para nosotros también puede serlo. Por eso podemos acogerlo con respeto y cautela. Si no tenemos ganas de visitar a todos nuestros amigos, o nos cuesta estar especialmente animados, no hace falta que lo hagamos todavía. Podemos transitar por este proceso con calma, sin pedirnos que sea de otro modo.

Por último, podemos ir incorporando cosas que sí nos apetezcan. Tal vez ir a lugares muy transitados nos estresa (la natura es sabía), pero podemos buscar horas del día o lugares más tranquilos, estar en contacto con la natura, con el aire fresco. No quedarnos cerrados en casa no implica estar todo el día rodeados de gente y de bullicio.

En cualquier caso, parece que, a algunos, este confinamiento nos ha cambiado. Y no hay que negar esta transformación ni tener prisa para volver a ser “aquello que éramos”. Podemos transitar por estas fases de desescalada con serenidad y conciencia… tal vez descubramos que los nuevos aprendizajes nos sientan bien y los queremos incorporarlos a la “nueva normalidad”.

Tags :  coronavirus  ·   depresión  ·   desescalada  ·   estrés  ·   malestar emocional  ·   nueva normalidad  ·   psicología

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