QUIEN TIENE UN EQUIPO TIENE UN TESORO

Durante mucho tiempo trabajé con diferentes equipos (pequeños y grandes), e incluso lideré algunos de ellos. Sentía que éramos una microsociedad inmersos en un mismo proyecto. Teníamos un objetivo común, un montón de retos, ideas, ilusiones y una cotidianidad compartida. Pero también teníamos visiones diferentes de la realidad, necesidades individuales no reconocidas, miedos, bloqueos, egos y dificultades que se entremezclaban reclamando su espacio. Eso hacía que, por momentos, trabajar juntos fuera complejo e incluso desgastante.

Ahora generalmente trabajo sola y añoro profundamente a todas las personas que en su momento me acompañaron y de los que pude aprender lo que soy. Visto en perspectiva, ojalá hubiera sabido entonces todo lo que sé hoy del funcionamiento de los equipos.

Tres dificultades de trabajar en equipo:

  1. Cada uno lleva su mochila: cada uno ve el mundo a su manera y lo interpreta según sus creencias y valores (y las experiencias vividas que los avalan). Eso que parece muy evidente, a veces es lo que nos genera dificultades relacionales, pues el otro piensa, decide, siente o actúa diferente a nosotros.
  2. Cada uno aporta su pieza al puzle: siguiendo la sentencia anterior, cada persona del equipo aporta cosas distintas y no hay que esperar de todos/as que sean completos. Uno trae el buen humor, otro el conocimiento técnico, la responsabilidad, la perseverancia, etc. Como en un puzle, cada persona tiene su dibujo y, unidos, crean una imagen distinta.
  3. Cada uno necesita su reconocimiento (y a menudo no lo obtiene): querer ser visto y reconocido es normal (eso aseguró nuestra supervivencia siendo bebés, y a veces necesitamos esa sensación de seguridad). Si esa necesidad no expresada de reconocimiento individual no se colma, pueden surgir envidias, inseguridades, recelos y enfrentamientos.

Tres soluciones que puedes aportar tu (sea cual sea tu puesto en el equipo):

  1. Deja al otro en paz: deja de pensar qué es lo que el otro debería hacer basándote en unas “leyes del Universo” (lo que llamas “sentido común” a menudo, ni tiene sentido ni es común). Deja de mirar y juzgar al otro, él o ella lo hacen según su mapa, y tu en función del tuyo. “Dejar al otro en paz” es el mejor consejo que un gran formador me dio y un gran paso hacia la felicidad.
  2. Reconoce y agradece al otro: si el otro/a está pidiendo reconocimiento, dáselo. Identificar y reconocer públicamente lo que el otro aporta no cuesta tanto (si te cuesta, pregúntate por qué) y su efecto es grandioso (le aportará autoestima, seguridad, empatía, ganas de seguir avanzando, etc.). No lo hagas por interés personal, hazlo genuinamente, desde la certeza de que aquello que hace es bienvenido y tiene su función.
  3. Aporta lo que quieres ver en el equipo: quejarte de cómo debería ser el equipo no solamente no lo mejora, sino que a menudo lo estropea. Si constantemente etiqueto al equipo como un grupo desunido, poco motivado o con falta de comunicación, lo que hago es fomentar esa imagen entre los participantes (y seguir perpetuando su conducta). Si quieres un equipo que se comunique bien, da ejemplo. Es más probable que los demás se acaben contagiando de tu actitud asertiva y proactiva.

En resumen, un equipo es un puzle donde cada uno ocupa su sitio y donde cada ficha es importante. Si juntos no estáis haciendo una imagen completa y con sentido, ayuda a las piezas a ordenarse para encontrar su sitio, dándoles el espacio que necesitan para encajar mejor y hacer su aportación individual al dibujo colectivo.

 

Tags :  bienestar  ·   equipo  ·   rendimiento

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