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En mi trabajo como psicóloga combino un enfoque cognitivo-conductual con la terapia EMDR. Ambas corrientes tienen una sólida base científica y me permiten acompañar a cada persona desde un lugar humano, respetuoso y adaptado a su historia.
El enfoque cognitivo-conductual (TCC) parte de una idea sencilla pero poderosa: nuestros pensamientos, emociones y conductas están estrechamente relacionados. Muchas veces sufrimos no tanto por lo que ocurre, sino por la forma en que interpretamos lo que ocurre. En terapia trabajamos para identificar esos pensamientos automáticos, creencias y patrones que pueden estar manteniendo el malestar, y aprender a modificarlos por otros más realistas y compasivos.
Este proceso no se basa únicamente en “pensar en positivo”, sino en comprender cómo funcionan nuestras respuestas emocionales y aprender herramientas prácticas para manejarlas. A través de ejercicios, registros, pequeñas tareas y reflexiones, vamos construyendo una manera diferente de relacionarnos con nosotros mismos y con el entorno. El objetivo no es eliminar las emociones difíciles, sino poder vivirlas de otra manera, con más libertad y menos culpa.
“La curiosa paradoja es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar”.
Carl Rogers
“Tu calidad de vida depende de la calidad de tus pensamientos”, Marco Aurelio.
“No soy lo que me ha sucedido, soy lo que elijo ser», Carl Jung
Hay experiencias que van más allá del pensamiento consciente. A veces el dolor tiene raíces más profundas, ligadas a la historia personal o a situaciones que nos desbordaron.
El EMDR parte de la capacidad natural del cerebro para procesar y sanar las experiencias difíciles. Cuando vivimos algo que nos supera —ya sea un suceso traumático o pequeñas heridas repetidas en el tiempo— esa información puede quedarse “atascada” en el sistema nervioso, generando síntomas como ansiedad, culpa, miedos o una sensación de desconexión. A través de una estimulación bilateral (movimientos oculares, sonidos o toques alternos), ayudamos al cerebro a reprocesar esos recuerdos, liberando la carga emocional asociada y permitiendo integrarlos de forma saludable.
Lo más valioso de este enfoque es que no se centra solo en el pasado, sino en cómo esas experiencias siguen afectando al presente. Con el EMDR, la persona puede reconectar con su seguridad interna, recuperar recursos y resignificar lo vivido.
“Si hoy fuese el último día de tu vida, ¿querrías hacer lo que haces hoy? Si la respuesta es no durante demasiados días seguidos, es el momento de cambiar algo”
Steve Jobs
Antes de dedicarme plenamente a la psicología, trabajé durante años en el ámbito creativo y de la comunicación. Esa experiencia me enseñó la importancia de escuchar, observar y traducir las emociones en lenguajes diferentes. Con el tiempo, fui formándome en distintos abordajes terapéuticos (como terapia Gestalt, enfoque sistémico, Mindfulness o Playterapia) para integrar una mirada más amplia y flexible. Esto me permite ofrecer a cada paciente un acompañamiento personalizado, adaptado a su forma de ser y a lo que realmente necesita en cada momento.
Creo firmemente que cada persona tiene dentro de sí una enorme capacidad de cambio, y mi papel es acompañar ese proceso desde la comprensión, la cercanía y el respeto por su ritmo.
“La terapia no consiste en dar respuestas, sino en acompañar al otro mientras aprende a formular sus propias preguntas”.
Irvin D. Yalom
“Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos», Viktor Frankl.
“Tenía muchas cosas del pasado que me pesaban y no sabía ni por dónde empezar. En las sesiones sentí por fin que podía hablar de todo sin miedo. He aprendido a mirar esas heridas de otra manera y, sobre todo, a soltar. Me siento más ligera, más yo”.
«Vine porque sentía que había perdido el rumbo y me costaba entender qué me pasaba. La terapia me ha ayudado a poner nombre a lo que siento y a parar antes de ir a mil por hora. Ahora tengo un diagnóstico y puedo entender mejor».
“Llegué a terapia bastante perdida y con la sensación de que nada de lo que hacía era suficiente. Poco a poco fui entendiendo por qué me exigía tanto y aprendí a tratarme con más cariño. Ahora me escucho más y me culpo menos. Ha sido un cambio enorme.”
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